lunes, 25 de mayo de 2009

Un fragmento del prólogo de Destino y Trazo

Todo viaje, pero especialmente los viajes de cercanías, tienen un punto quijotesco y burlón (por algo El Quijote es uno de los mejores libros de viajes que se han escrito en castellano). Quien lo emprende asume que su empeño es una extravagancia, y busca reconocerse en la extrañeza del vecino. Recorrer Aragón en bici, en solitario y sin ánimo deportivo, es algo impropio de alguien sensato. Hay algo incómodamente transgresor en esa aventura. Recorrer la propia tierra como si fuera extraña es el primer paso para sentirse extranjero en ella. Los lugares comunes, lo aprendido y lo establecido se descomponen cuando se adopta la mirada del extraño en la propia casa. En este libro, el ciclista que aparece por la carretera es un forastero que no quiere nada y que no pide nada. Es alguien, por tanto, sospechoso. ¿A quién anda buscando este forano?, se preguntan. La respuesta es tan obvia que hasta da vergüenza escribirla: a él mismo.
Sergio del Molino

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